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Homilía al inicio de su ministerio como III Arzobispo de Tlalnepantla

Carlos Aguiar Retes



Consuelen, consuelen a mi pueblo, […] háblenle al corazón, grítenle que se ha cumplido su condena, y que está perdonada su culpa, pues ha recibido del Señor doble castigo por todos sus pecados.

Una voz dice: ¡grita! y yo pregunto, ¿qué debo gritar?

Súbete a una montaña elevada, tú que llevas buenas noticias a Sión, levanta con fuerza tu voz, […] levántala sin miedo, y di: ¡Aquí está tu Dios, aquí está el Señor!

El profeta Isaías pareciera conocer la realidad y dirigirse a nuestro pueblo mexicano, a nuestra Iglesia de Tlalnepantla, a nuestra dramática situación que vivimos y que como sujeto social no alcanzamos a vislumbrar el camino que nos conduzca a la paz.

Como Palabra de Dios que se actualiza, el mensaje del profeta que hemos escuchado, en realidad está dirigido a nosotros, para nosotros ha sido proclamado; por eso hoy, hago mías estas palabras, acepto la voz que me dice: ¡grita! y por eso pregunto: ¿qué debo gritar? Y escucho la respuesta: levanta con fuerza tu voz, […] levántala sin miedo, y di: ¡Aquí está tu Dios, aquí está el Señor!

El Papa Juan Pablo II enseñó en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte que cada Iglesia diocesana con su Obispo a la cabeza y con todos sus fieles en torno a la Palabra de Dios y de la Eucaristía, comparte la fraternidad y su experiencia de vida; de esta manera prolonga el dinamismo de la Encarnación y hace presente a Cristo, el Señor.
Entiendo mi misión como Arzobispo de Tlalnepantla como misión de consuelo y esperanza. Sí, quiero consolar a mi pueblo, y hablarle al corazón. Por eso proclamo con fuerte voz: ¡Aquí está Dios!

La segunda lectura permite adentrarnos en las raíces del mal, cuando San Pablo nos alerta diciendo: Les digo, […] con insistencia, no vivan como viven los paganos: vacíos de pensamiento, oscurecida la mente y alejados de la vida de Dios a causa de su ignorancia y de su terquedad.

Efectivamente, cuando la vida social margina o excluye a Dios como el centro y razón de la existencia humana, la consecuencia es terrible, no se entiende la finalidad de la vida misma, queda sin brújula, a merced de las inercias que satisfagan las pasiones y los instintos, sin más futuro, que la inmediata satisfacción cada vez más desbordada y sin control, cayendo en todo tipo de adicciones y esclavitudes, camino de la muerte.

Cuando el ser humano y la sociedad que lo acompaña no tiene una referencia a la Verdad Trascendental, es decir, cuando en la perspectiva de visión todo concluye con la muerte, entonces todo se vuelve relativo, todo queda condicionado a la subjetividad personal. Incluso la libertad, que es una de las características que define la naturaleza del ser humano.

Así lo explicó el Papa Benedicto XVI en su viaje a Francia, al dirigirse al mundo de la cultura en París en septiembre pasado: Sería fatal, si la cultura de hoy llegase a entender la libertad sólo como la falta total de vínculos y con esto favoreciese inevitablemente el fanatismo y la arbitrariedad. Falta de vínculos y arbitrariedad no son la libertad, sino su destrucción.

La libertad es para elegir y comprometerse. El compromiso genera vínculo, y el vínculo identidad. La libertad que no se compromete se autodestruye, se extingue y deja al individuo sumido en la esclavitud, sometido a la dictadura del relativismo. La libertad es para optar, hay que ejercerla para elegir y para comprometerse con alguien y con algo, y este vínculo generará la identidad tanto personal como social.

Por eso hemos escuchado al apóstol San Pablo decir: Perdido el sentido moral, se han entregado al vicio y se dedican a todo género de impureza y de codicia. ¡No es eso lo que Ustedes han aprendido sobre Cristo!

Es necesario recomenzar desde Cristo, el Señor de la Historia, Camino, Verdad y Vida. Así lo afirma San Pablo: Supongo que han oído hablar de Cristo y que, en conformidad con la doctrina de Jesús, les enseñaron como cristianos a renunciar a su conducta anterior y al hombre viejo corrompido por seductores apetitos. De este modo se renuevan espiritualmente y se revisten del hombre nuevo creado a imagen de Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa.

Al iniciar mi ministerio episcopal conduciendo, en nombre de Cristo, el Señor, esta Iglesia de Tlalnepantla, invito a todos los aquí presentes, y en especial a mis colaboradores a preguntarnos cómo hacer realidad este paso que Cristo ofrece de transformarnos en creaturas nuevas renovadas por el Espíritu.

Cómo cumplir nuestra vocación definida en el Evangelio, que hoy hemos escuchado: Ustedes son la sal de la tierra. Ustedes son la luz del mundo. Dar sabor a todo tipo de situaciones, dar sentido a las angustias existenciales, hacer de toda crisis oportunidad de crecimiento y madurez, ser portavoz de consuelo, ser prenda de esperanza.

Considero que hoy es indispensable la espiritualidad de la comunión para juntos, en comunidad dar testimonio creíble de fraternidad y solidaridad. Las voces de individuos aislados no calan en el ánimo de la sociedad, es necesario ver y constatar que las teorías e ideas se concretan en la vida social.

La sal y la luz que hoy el mundo necesita es el testimonio de comunidades que se vinculan ejercitando la reconciliación y que viven el amor, al estilo de la vida divina, de la comunión trinitaria, dándole a cada persona su lugar, reconociendo su dignidad. Por eso es tan importante contar con un Plan Diocesano de Pastoral que se descubra y acepte como camino de comunión hacia la Santidad.

Como comunidad creyente orientamos nuestra vida poniendo a Jesucristo en el centro de ella y transmitiéndolo a través del testimonio de una vida que inquieta y seduce porque da respuestas, que atrae porque transmite alegría y manifiesta amor.

Este proyecto de vida implica, como lo pide el documento de Aparecida, una conversión pastoral que permita entender al hombre de hoy en sus angustias y esperanzas, en sus legítimas aspiraciones. La conversión pastoral propicia replantear la misión de la Iglesia para dar respuesta a las necesidades existenciales del hombre de todos los tiempos y a las necesidades actuales propias de los condicionamientos de este siglo XXI.

Por eso, como lo ha reflexionado recientemente la Arquidiócesis en la Séptima Asamblea Pastoral necesitamos renovar nuestras instancias eclesiales comenzando por la Parroquia, para hacer de ella casa y escuela de la comunión, para dejar la percepción de ser una estación de servicios religiosos y lograr que manifestemos una comunidad con identidad que vive y da testimonio de sus valores, ayudando así a superar el anonimato y el individualismo ciego que tanto daña el tejido y la convivencia social.

Necesitamos una Parroquia misionera, que en cada sector convoque a los cristianos a formar pequeñas comunidades, donde se propicie el encuentro con Cristo, la conciencia de discípulo, la formación personal y comunitaria, la ayuda fraterna y solidaria. Generando este modelo de Parroquia podrán ayudarme mis presbíteros a hacer realidad lo que dice el profeta Isaías: Apacienta como un Pastor a su rebaño y amorosamente lo reúne; lleva en brazos los corderos y conduce con delicadeza a las que acaban de parir.

En efecto, la Iglesia de Cristo es madre y está atenta a las necesidades de sus hijos, busca ayudarles de manera subsidiaria para respetar la libertad, confía siempre en la riqueza del ser humano, capaz de transformar realidades cuando busca y promueve la unidad, capaz de una creatividad sin límites cuando se deja conducir por el Espíritu de Dios. La Iglesia le apuesta a la persona, reconoce en la vida humana el don más grande que Dios nos ha dado, por eso la cuida y la defiende, en especial la de los recién concebidos, la de los pequeños y más débiles, la de los ancianos y la de los más abandonados.

Consuelen, consuelen a mi pueblo, anúncienle: Aquí está su Dios. Iglesia de Tlalnepantla he venido con la conciencia de ser enviado a esta porción del pueblo de Dios en nombre de Cristo, para hacerlo presente, por eso los necesito a Ustedes: Presbíteros, consagrados, niños, jóvenes, ancianos, padres de familia, agentes de pastoral, laicos católicos en el ejercicio de sus responsabilidades sociales, fieles en general, y aún también a los hombres y mujeres de buena voluntad que de manera distinta creen en Dios.

Jesús nos ha recordado: Ustedes son la sal de la tierra, pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará? Ustedes son la luz del mundo […]. Brille su luz delante de los hombres de modo que, al ver sus buenas obras, den gloria a su Padre que está en los cielos. Para cumplir nuestra vocación y misión los invito a ponernos de pie y pedir a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios, Patrona de esta Arquidiócesis, que nos tome de la mano y nos conduzca para, como Iglesia Diocesana, en comunión con toda la Iglesia, seamos Sal de la Tierra y Luz del mundo.

CONVIVIÓ PEÑA NIETO CON AGUIAR RETES

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Homilía al inicio de su ministerio como III Arzobispo de Tlalnepantla

Carlos Aguiar Retes



Consuelen, consuelen a mi pueblo, […] háblenle al corazón, grítenle que se ha cumplido su condena, y que está perdonada su culpa, pues ha recibido del Señor doble castigo por todos sus pecados.

Una voz dice: ¡grita! y yo pregunto, ¿qué debo gritar?

Súbete a una montaña elevada, tú que llevas buenas noticias a Sión, levanta con fuerza tu voz, […] levántala sin miedo, y di: ¡Aquí está tu Dios, aquí está el Señor!

El profeta Isaías pareciera conocer la realidad y dirigirse a nuestro pueblo mexicano, a nuestra Iglesia de Tlalnepantla, a nuestra dramática situación que vivimos y que como sujeto social no alcanzamos a vislumbrar el camino que nos conduzca a la paz.

Como Palabra de Dios que se actualiza, el mensaje del profeta que hemos escuchado, en realidad está dirigido a nosotros, para nosotros ha sido proclamado; por eso hoy, hago mías estas palabras, acepto la voz que me dice: ¡grita! y por eso pregunto: ¿qué debo gritar? Y escucho la respuesta: levanta con fuerza tu voz, […] levántala sin miedo, y di: ¡Aquí está tu Dios, aquí está el Señor!

El Papa Juan Pablo II enseñó en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte que cada Iglesia diocesana con su Obispo a la cabeza y con todos sus fieles en torno a la Palabra de Dios y de la Eucaristía, comparte la fraternidad y su experiencia de vida; de esta manera prolonga el dinamismo de la Encarnación y hace presente a Cristo, el Señor.
Entiendo mi misión como Arzobispo de Tlalnepantla como misión de consuelo y esperanza. Sí, quiero consolar a mi pueblo, y hablarle al corazón. Por eso proclamo con fuerte voz: ¡Aquí está Dios!

La segunda lectura permite adentrarnos en las raíces del mal, cuando San Pablo nos alerta diciendo: Les digo, […] con insistencia, no vivan como viven los paganos: vacíos de pensamiento, oscurecida la mente y alejados de la vida de Dios a causa de su ignorancia y de su terquedad.

Efectivamente, cuando la vida social margina o excluye a Dios como el centro y razón de la existencia humana, la consecuencia es terrible, no se entiende la finalidad de la vida misma, queda sin brújula, a merced de las inercias que satisfagan las pasiones y los instintos, sin más futuro, que la inmediata satisfacción cada vez más desbordada y sin control, cayendo en todo tipo de adicciones y esclavitudes, camino de la muerte.

Cuando el ser humano y la sociedad que lo acompaña no tiene una referencia a la Verdad Trascendental, es decir, cuando en la perspectiva de visión todo concluye con la muerte, entonces todo se vuelve relativo, todo queda condicionado a la subjetividad personal. Incluso la libertad, que es una de las características que define la naturaleza del ser humano.

Así lo explicó el Papa Benedicto XVI en su viaje a Francia, al dirigirse al mundo de la cultura en París en septiembre pasado: Sería fatal, si la cultura de hoy llegase a entender la libertad sólo como la falta total de vínculos y con esto favoreciese inevitablemente el fanatismo y la arbitrariedad. Falta de vínculos y arbitrariedad no son la libertad, sino su destrucción.

La libertad es para elegir y comprometerse. El compromiso genera vínculo, y el vínculo identidad. La libertad que no se compromete se autodestruye, se extingue y deja al individuo sumido en la esclavitud, sometido a la dictadura del relativismo. La libertad es para optar, hay que ejercerla para elegir y para comprometerse con alguien y con algo, y este vínculo generará la identidad tanto personal como social.

Por eso hemos escuchado al apóstol San Pablo decir: Perdido el sentido moral, se han entregado al vicio y se dedican a todo género de impureza y de codicia. ¡No es eso lo que Ustedes han aprendido sobre Cristo!

Es necesario recomenzar desde Cristo, el Señor de la Historia, Camino, Verdad y Vida. Así lo afirma San Pablo: Supongo que han oído hablar de Cristo y que, en conformidad con la doctrina de Jesús, les enseñaron como cristianos a renunciar a su conducta anterior y al hombre viejo corrompido por seductores apetitos. De este modo se renuevan espiritualmente y se revisten del hombre nuevo creado a imagen de Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa.

Al iniciar mi ministerio episcopal conduciendo, en nombre de Cristo, el Señor, esta Iglesia de Tlalnepantla, invito a todos los aquí presentes, y en especial a mis colaboradores a preguntarnos cómo hacer realidad este paso que Cristo ofrece de transformarnos en creaturas nuevas renovadas por el Espíritu.

Cómo cumplir nuestra vocación definida en el Evangelio, que hoy hemos escuchado: Ustedes son la sal de la tierra. Ustedes son la luz del mundo. Dar sabor a todo tipo de situaciones, dar sentido a las angustias existenciales, hacer de toda crisis oportunidad de crecimiento y madurez, ser portavoz de consuelo, ser prenda de esperanza.

Considero que hoy es indispensable la espiritualidad de la comunión para juntos, en comunidad dar testimonio creíble de fraternidad y solidaridad. Las voces de individuos aislados no calan en el ánimo de la sociedad, es necesario ver y constatar que las teorías e ideas se concretan en la vida social.

La sal y la luz que hoy el mundo necesita es el testimonio de comunidades que se vinculan ejercitando la reconciliación y que viven el amor, al estilo de la vida divina, de la comunión trinitaria, dándole a cada persona su lugar, reconociendo su dignidad. Por eso es tan importante contar con un Plan Diocesano de Pastoral que se descubra y acepte como camino de comunión hacia la Santidad.

Como comunidad creyente orientamos nuestra vida poniendo a Jesucristo en el centro de ella y transmitiéndolo a través del testimonio de una vida que inquieta y seduce porque da respuestas, que atrae porque transmite alegría y manifiesta amor.

Este proyecto de vida implica, como lo pide el documento de Aparecida, una conversión pastoral que permita entender al hombre de hoy en sus angustias y esperanzas, en sus legítimas aspiraciones. La conversión pastoral propicia replantear la misión de la Iglesia para dar respuesta a las necesidades existenciales del hombre de todos los tiempos y a las necesidades actuales propias de los condicionamientos de este siglo XXI.

Por eso, como lo ha reflexionado recientemente la Arquidiócesis en la Séptima Asamblea Pastoral necesitamos renovar nuestras instancias eclesiales comenzando por la Parroquia, para hacer de ella casa y escuela de la comunión, para dejar la percepción de ser una estación de servicios religiosos y lograr que manifestemos una comunidad con identidad que vive y da testimonio de sus valores, ayudando así a superar el anonimato y el individualismo ciego que tanto daña el tejido y la convivencia social.

Necesitamos una Parroquia misionera, que en cada sector convoque a los cristianos a formar pequeñas comunidades, donde se propicie el encuentro con Cristo, la conciencia de discípulo, la formación personal y comunitaria, la ayuda fraterna y solidaria. Generando este modelo de Parroquia podrán ayudarme mis presbíteros a hacer realidad lo que dice el profeta Isaías: Apacienta como un Pastor a su rebaño y amorosamente lo reúne; lleva en brazos los corderos y conduce con delicadeza a las que acaban de parir.

En efecto, la Iglesia de Cristo es madre y está atenta a las necesidades de sus hijos, busca ayudarles de manera subsidiaria para respetar la libertad, confía siempre en la riqueza del ser humano, capaz de transformar realidades cuando busca y promueve la unidad, capaz de una creatividad sin límites cuando se deja conducir por el Espíritu de Dios. La Iglesia le apuesta a la persona, reconoce en la vida humana el don más grande que Dios nos ha dado, por eso la cuida y la defiende, en especial la de los recién concebidos, la de los pequeños y más débiles, la de los ancianos y la de los más abandonados.

Consuelen, consuelen a mi pueblo, anúncienle: Aquí está su Dios. Iglesia de Tlalnepantla he venido con la conciencia de ser enviado a esta porción del pueblo de Dios en nombre de Cristo, para hacerlo presente, por eso los necesito a Ustedes: Presbíteros, consagrados, niños, jóvenes, ancianos, padres de familia, agentes de pastoral, laicos católicos en el ejercicio de sus responsabilidades sociales, fieles en general, y aún también a los hombres y mujeres de buena voluntad que de manera distinta creen en Dios.

Jesús nos ha recordado: Ustedes son la sal de la tierra, pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará? Ustedes son la luz del mundo […]. Brille su luz delante de los hombres de modo que, al ver sus buenas obras, den gloria a su Padre que está en los cielos. Para cumplir nuestra vocación y misión los invito a ponernos de pie y pedir a la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios, Patrona de esta Arquidiócesis, que nos tome de la mano y nos conduzca para, como Iglesia Diocesana, en comunión con toda la Iglesia, seamos Sal de la Tierra y Luz del mundo.

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